Filito

Mario Celano Meyer
mariocelano
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3 min readJan 23, 2024

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Juan Carlos Alvarez Alvarez

Si no han visto a la muerte entrar por su puerta, no hay nada de lo que saben sobre morir que resuene en la conciencia, como resuena en la de aquellos que ya pasaron por un gran duelo. Y quizás por eso siento la necesidad de decir algo cuando alguien que ha formado parte del paisaje central de mi vida se ha ido. Ese paisaje, el barrio, no será el mismo; y claro que no, Filito era, entre otros, el barrio.

Mi padre me dijo una vez que a Juan Carlos, por su nariz afilada le decían Cuchillo, y que ese apodo a mi padre lo exasperaba, y fue por eso que lo rebautizó Filo; luego el tiempo lo mejoró aún más, en un definitivo Filito.

No sé si realmente fue así, es mi padre y yo le creo, y con eso me basta. Además me gusta creerlo así; a medida que pasan los años poco me importan ciertas verdades menores e inofensivas, sobre todo cuando lo imaginario se me hace más justo, más real, más ajustada a lo que siento. Ya lo dijo García Márquez, «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla».

Y es así que recuerdo ir a su casa, tocar dos timbrazos y entrar. Ellos sabían que era yo, esa era mi contraseña, dos timbrazos. Y ahí estaban todos en la mesa, cada uno con sus refrescos preferidos (todos distintos) con los Chivitos de Alba, mirando TV, y haciendo sobremesa. Y yo me sentaba y era uno más. Me sentía siempre bienvenido, infinidad de veces bienvenido. Y en ese caos familiar él estaba en la cabecera, y por allá yo lo encontraba observándome, con esa mirada que sabía mucho, vaya a saber que veía. Seguramente veía más que yo, veía para atrás, conocía más que yo desde donde vengo. Y me decía una frase cualquiera, siempre cordial o afectuosa, pero que sabía más, algo más.

De la misma forma que entraba a su casa entraba a su oficina en el Bazar, y me sentaba ahí, a mirarlos. Y en ese otro caos también se tomaba un tiempo, y me decía cosas, o algún chiste, lo que sea. Y ahí también yo me sentía en casa. Tan así que cuando hice mi empresa imaginé que mis clientes serían como esa empresa, y vaya si le acerté.

Y así es que su casa y su empresa terminaron siendo los pilares de mi barrio. Verlos salir, entrar, estacionar, discutir, putear, pelearse, caerse, levantarse, volver a caerse, volver a levantarse. No me vengan con que los emprendedores son los de ahora. Díganselo a ese tipo que apenas terminó primaria, que trabajó como un desquiciado toda su vida, hasta el final, que apenas tuvo tiempo de ser padre, aunque lo fue, que supo aguantar estoico la brutal soledad de aquel que lleva adelante una empresa sin paracaídas ni red alguna. Un tipo que se venció a sí mismo, y eso no lo hace cualquiera.

Hoy de mañana cuando me enteré de su muerte me vinieron (me atropellaron diría) muchos recuerdos. Como me ha sucedido siempre, me retiré a un lugar solitario y me puse a pensar. Debo confesar que me afectó mucho, quizás demasiado, vaya a saber que otras cosas se removieron dentro de mi, hace muchos años que no me pasaba.

Estuve mudo por un buen rato, recordando cuando cada vez que nos encontrábamos en la comida de los martes, el tipo venía, me ponía la mano en el hombro mientras la otra la apoyaba en la mesa, quebraba la cadera y cruzaba una pierna, y mirándome a los ojos, con la misma miraba que veía mucho más allá me decía “Qué dice Mariolo? Usted sí que se la sabe lunga”. Y se quedaba esperando una respuesta, que obviamente yo no tenía.

Jej, por suerte nunca me la creí ni le respondí, porque hoy, sentado ahí, mirando sin ver y con los ojos empañados me di cuenta que era él quien se la sabía lunga, aunque seguramente tampoco se la creyó jamás.

– Domingo 16 de Febrero de 2020.

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Juego a que lo mejor está por venir. Sé que no hay mal que por bien no venga. Confieso que para encontrarse, primero hay que perderse.